¿Los astronautas de quién?
Imaginación y multitud en Italia en los días del cacerolazo global
Wu Ming, Enero de 2002
Es cierto que en Italia y en el resto del planeta el "movimiento de movimientos", aunque probado con dureza, ha sobrevivido a las "matanzas" de 2001 (Goteborg, Génova, etc.) y vuelve a estar en marcha a pesar del intento de acabar con él manu militari.
Es cierto que ni siquiera tras el 11 de septiembre, con el reagrupamiento ideológico del Quinto Reich (hablar del Cuarto es a estas alturas un anacronismo), se ha logrado detener la participación de centenares de miles de personas que, al contrario, han encontrado en la oposición a la enduring war planetaria una razón más para salir a la calle y organizarse.
Es cierto que muchísimos prófugos de la izquierda ex-"histórica" se agolpan en los confines poco delimitados de este nuevo movimiento, variado y multiforme, con una demanda de debate y participación, de ideas, gestos y palabras que les restituyan la dignidad de la oposición al estado de cosas presente, pero también un principio de esperanza para imaginar su superación.
Justo por esta razón nos encontramos ante nosotros un primer problema que podríamos escribir con mayúscula y podríamos definir, precisamente, como el Problema del Imaginario. O mejor: de la relación entre el imaginario y la imaginación de este movimiento, de la representación de sí y del otro mundo posible al que se quiere aludir.
Hasta ahora ha sido principalmente el impulso ético, psicológico, moral (en algunos casos específicamente religioso), el que ha servido de aglutinante para el diálogo y el carácter compartido de las luchas. Esto precisamente a causa de los diversísimos puntos de partida de las distintas almas del movimiento y de su connotación realmente global. Pero puesto que este movimiento ha surgido en respuesta a la materialidad concretísima de los problemas provocados por el capitalismo, es imposible no plantearse el problema de la superación del impulso ético y de la formulación de una crítica materialista difusa.
Esto no implica "hacer balance" de ningún tipo, reducir esa multiplicidad argumentativa que constituye su riqueza y novedad, pero con seguridad hace falta preguntarse cómo representar y comunicar, en primer lugar a nosotros mismos, el carácter compartido de la precariedad existencial colectiva. Una existencia que reconoce ciertas macro-áreas geográficas de tutela parcial, que sin embargo están reduciéndose cada vez más, mientras que la precariedad amenaza incluso a los reclusos "de lujo" de las fortalezas septentrionales del planeta.
Nadie hasta ahora ha conseguido interpretar la multitud. En el mejor de los casos, como en Génova, se ha llegado a evocarla, sólo a medias de manera consciente, como un aprendiz de brujo.
No es casualidad que, después de Génova y de la marcha Perugia-Asís las citas nacionales más exitosas hayan sido ésas en las que las estructuras más organizadas habían invertido menos energía y convicción (el 10 de noviembre contra la guerra, el 19 de enero contra la ley Bossi-Fini). Es cierto también lo contrario, véase si no "La Jornada de Desobediencia" del pasado 17 de diciembre.
Las estructuras organizadas del movimiento son todavía prisioneras de dos defectos. Por encima de todo del triunfalismo parcialista, de la miopía trágica que lleva a ver en el reforzarse y en la reproducción a ultranza de la propia parte -del movimiento propio dentro del más amplio movimiento de movimientos- un éxito necesario. Esto amenaza con llevar a la reproducción de lógicas vanguardistas propias del siglo XX, obsoletas desde nuestro punto de vista. Citando al Subcomandante Marcos: "No sabríamos qué hacer con una vanguardia tan avanzada que nadie pudiera seguirla".
Si se quiere vencer la batalla del imaginario es además necesario librarse del derrotismo, enfermedad atávica de la izquierda. Es decir, del predominio -en el mejor de los casos- de un "cristianísimo" (sin ánimo de ofender) espíritu de testimonio, de la aceptación decoubertiana de que la "participación" es más importante que la victoria, o bien -en el peor de los casos, algo que, por fortuna, sucede raras veces- de un hiper-radicalismo dogmático y vano que a nivel "estratégico" privilegia una inacción llena de envidia y a nivel "táctico", la contumelia telemática. La única aportación de éstos es la condena -ya sea por "inadecuada", ya por "reformista"- de cualquier campaña política o forma de acción y, sobre todo, de cualquier renovación lingüística y comunicativa.
Y en cambio, lo que hace falta es saber vencer las batallas y estar a la altura de las propias victorias concretas (y por lo tanto parciales; pero a fin de cuentas, ¿cuál sería la victoria "total"?). Hace falta saber reconocer las propias victorias, es necesario darles nuevos nombres y relanzarlas, teniendo siempre presente que el campo de recepción es siempre más amplio que el de los militantes.
¿Qué quiere esta multitud? ¿Y a quién se lo pide?
Creemos que la multitud expresa una necesidad de nuevos mitos fundacionales. Radicalmente nuevos, con el acento puesto en ambos términos, tanto sobre la necesaria radicalidad (un ir a la raíz, a las raíces), cuanto sobre la novedad (post-siglo XX). Para que otro mundo sea posible, debe ser posible imaginarlo y hacérselo imaginable a muchos.
No hará falta que utilicemos pasajes "inmaterialistas" o postfordistas para afirmar que la cuestión del imaginario y la de las bases materiales de la crítica son exactamente la misma cuestión. Lo decimos y basta. Para poder superar el carácter testimonial hace falta reflexionar sobre cuál es la composición social, técnica y política de esta "multitud" de la que hablamos cada dos por tres, y qué imaginario, qué mitos de lucha lleva consigo y reproduce.
Sin un imaginario de referencia, sin una narración "abierta" e "indefinidamente redefinible" de la cual sea posible participar y a la que se pueda acceder libremente, el movimiento no puede sino fracasar en su
intento de sedimentar la experiencia propia, que es precisamente nueva, experimental, en muchos sentidos inédita. No se trata de cristalizar esa épica, sino, al contrario, de compartirla, hacerla accesible, "publicitarlo"
, transformándola en un arma cultural eficaz, potencialmente hegemónica y por tanto capaz de vencer, más allá del mero testimonio.
Se trata de describir un recorrido, un camino constelado de preguntas, pero también de puntos de fuerza y de fractura, de descartes y saltos que nos han permitido llegar hasta aquí y seguir adelante.
Necesariamente, aquí nos limitaremos a indicar un primer grumo de materia mítica: la llamada "anomalía italiana". La tan estigmatizada "ingobernabilidad". Es de aquí de donde hay que volver a empezar.
Malcolm X dividía a los esclavos afro-americanos entre "negros domésticos" [house negroes] y "negros de campo" [field negroes]. Los primeros vivían bajo el mismo techo que el patrón, su mentalidad era más esclavista que la de los propios esclavistas, decían: "nuestra plantación", "nuestra casa", se preocupaban cuando el patrón enfermaba si había un incendio se esforzaban en apagarlo. Los segundos eran explotados en el campo, odiaban al patrón, cuando el patrón enfermaba rezaban para que muriera, si la fábrica se incendiaba rezaban para que el viento soplara más fuerte. Replanteando esta distinción en los estados Unidos de los años sesenta, Malcolm X distinguía entre los que decían "nuestro gobierno" y los que, simplemente, decían "el gobierno". "¡He llegado a oír a alguno que decía "nuestros astronautas"!
¡Ese negro había perdido la cabeza!"
Se ha hablado mucho de Italia como país turbulento, de hecho ingobernable. A este propósito, la izquierda italiana ha desarrollado una actitud xenófila y autoflagelatoria, de fetichismo legalista, obedeciendo así a los dictados procedentes del capital mundial, de la Trilateral Comission en adelante.
Pero ¿qué significa ser "ingobernables"? A nuestro parecer, significa que, por muy bajo que podamos caer, es imposible reducirnos a la situación a la que se ha reducido a los Estados Unidos (inútil recordar que son ellos mismos quienes lo dicen, a Chomsky y a Gore Vidal los hemos leído todos). He ahí una sociedad gobernable, donde parecen prevalecer los "negros domésticos". En Italia, a pesar de todo, todavía mucha gente reza para que el viento sople más fuerte y nos dan bastante igual "nuestros astronautas".
Hay un desfase persistente entre el país representado y el país real. Más que nunca en este momento.
Desde hace tiempo se oye hablar de Italia como de la "Sudamérica de Europa". Se usa esta expresión dándole una connotación racista, es decir: somos inciviles, bananeros, nos lanzamos de cabeza tras el primer caudillo que pasa. Se olvida que América Latina es en efecto un lugar de violentas contradicciones pero también de incesante mitopoiesis de la izquierda, es un universo donde ni la violencia más atroz ha cortado los innumerables "hilos rojos". Es un universo en el que la resistencia continúa subterránea y reemerge en formas nuevas, del zapatismo a las movilizaciones por el pequeño Elián González, de Colombia al cacerolazo argentino. Lo mismo se puede decir de Italia, cuya izquierda -incluida ésa que aborrece el "tercermundismo"- tiene mucho en común con la del continente mestizo, ya desde tiempos de Garibaldi. También aquí el mito se sedimenta, como en Sudamérica, precisamente, y se convertirá en la palanca para salir del estancamiento.
Lo malo es que la actitud autodenigratoria se ha filtrado, al menos en parte, en la izquierda antagonista. Se tiende a mitificar movimientos y grupos del norte de Europa y del norte de América que no consiguen movilizar al 10% de las personas que movilizamos nosotros.
Viajando se da uno cuenta de que los compañeros y compañeras de otros países miran a Italia con estupor. Al margen de la táctica reciente, exportada con cierto éxito, de la "desobediencia civil protegida", hay que decir que:
- Génova y la marcha de Perugia-Asís han sido las dos manifestaciones más grandes del movimiento del planeta. En Seattle había 70.000 persona y fue un boom. Lo mismo sucedió con las 60.000 de Quebec City. En Londres y en Berlín, se consideró un éxito sacar a 20.000 personas a la calle, y estamos hablando de manifestaciones nacionales en grandes capitales mundiales.
- El New York Social Forum, en proceso de constitución, está compuesto por gente que se queda pasmada cuando se le habla de los Foros Sociales italianos, que a muchos de nosotros nos parecen poca cosa, e indeciblemente aburridos.
- La movilización contra los centros de detención para inmigrantes "clandestinos" existe desde hace años en Europa, pero nadie había logrado entrar en un Centro de Internamiento y desmontarlo en pedazos como ha sucedido en Bolonia.
- En ningún otro país, los centro sociales autogestionados existen en la forma en que los conocemos, ni con el impacto en la zona que aquí damos casi por descontado. Donde existían, han sido prácticamente barridos (es el caso de Alemania y Holanda). En España existen algunos, pero carecen de la influencia cultural de los nuestros. Hasta hace dos años, en Londres sólo había uno, el 121 Centre de Brixton, y era tan grande como el servicio del
Leoncavallo.
Podríamos citar decenas de ejemplos, tomados más o menos al azar de la historia de los últimos cincuenta años. En Italia el 68 duró más de un lustro. Aquí ha existido el Partido Comunista más grande de Occidente y esto ha significado mucho, para bien y para mal. Aquí se han desarrollado los filones más innovadores del marxismo "herético" contemporáneo, que han podido florecer y -al menos en parte- han podido rescribir el léxico de la política gracias a la contaminación de la reflexión gramsciana sobre la "hegemonía".
Precisamente ha sido para mantener a raya esta marea inquieta, Italia se ha convertido -y esto es ya un estereotipo- en un "laboratorio de la represión" y de la "prevención", un lugar donde se experimentaban y se experimentan métodos que después se verán aplicados en el resto del mundo (véase la Estrategia de la Tensión).
A esto se añade el hecho de que, actualmente, Italia se haya convertido de verdad, mutatis mutandis, en la Argentina de Europa: un país en el cual el capital extra-legal ha prosperado con el apoyo de la política; en el cual las instituciones están en guerra entre ellas (ejecutivo vs. magistratura); en el cual a la crisis de credibilidad y de fiabilidad de un gobierno en el plano internacional corresponde una crisis irreversible de representatividad de la oposición en el plano interno; y en el cual el movimiento de masas fuertemente comprometido (y amenazado) en la calle alude, al menos simbólicamente, a un nuevo poder constituyente.
Necesariamente, nos limitamos a exponer hechos, no estamos rastreando los fondos de la historia en busca de motivaciones.
El cambio de siglo nos ha entregado un movimiento radicalmente discontinuo. Cada resistencia local habla, reconduce e inspira otros miles de grumos que cubren todo el planeta. Centenares de millones de seres necesitados en transhumancia animalesca hacia una salvación posible perciben por instinto que llamarse unos a otros, sentirse hermanos, de un continente a otro, de especie y aspiraciones, puede darles la única posibilidad que le queda.
Urgen las narraciones abierta y corales, los relatos que viajen de boca en boca, las canciones que nos permitan reconocernos dondequiera que estemos. No somos santones en comunicación directa con la multitud para componer un mantra. Es justo al contrario: el mantra de la multitud canta un flujo incesante, una mar inquieta y bullente. Debemos sacar, pescar, distribuir, contar. Y poco más, en el fondo. Pretender la dignidad, para todos.
Sólo sobre estas bases puede erigirse el nuevo mito fundador, la nueva auto-representación pedida a grandes voces por esta multitud.
Enero de 2002
No(c) Traducción de Hugo Romero. Abril de 2002.