20 de julio de 2002: un pequeño milagro laico
Excursus desde el bajo Apenino boloñés a Piazza Alimonda, pasando por...
Wu Ming 1
En el otoño-invierno de 1944 las poblaciones del Apenino tosco-emiliano sufrieron muchas represalias y matanzas nazi-fascistas. El frente se había detenido en la llamada "línea gótica", las montañas eran las fronteras naturales entre el territorio ocupado por el Reich y el ya liberado por los aliados.
Desorientados por el proceso de extensión de la guerrilla partisana y conscientes ya de que habían perdido la guerra, los nazi-fascistas desencadenaron la represión más brutal y salvaje. La matanza más famosa fue
la de Marzabotto, en octubre.
A partir de diciembre y durante todo el invierno, alrededor de un centenar de partisanos fueron sacados -a escondidas y en pequeños grupos- de la cárcel boloñesa de S. Giovanni in Monte y, en un viaje nocturno, fueron llevados hasta una colina en la localidad de Sabbiuno di Paderno, en el punto más alto de una cima que separa los valles del Reno y del Savena, nueve kilómetros al sur del centro de Bolonia.
Es una zona de laderas erosionadas y de grietas, en la que la vegetación se alterna en hendiduras arcillosas azulgrises y franjas arenosas y doradas.
Desde la colina, hoy igual que entonces, se puede gozar de una panorámica de trescientos sesenta grados. Al atardecer todo se vuelve luminoso. En el pleistoceno inferior, allí había todavía mar, y las grietas eran el fondo del mar.
De noche, donde el horizonte abre amplias brechas, desde la colina de Sabbiuno se ve el destello de las luces de Bolonia. En el invierno de 1944, con la ciudad oscurecida por los bombardeos, es probable que no se viese nada.
Los partisanos fueron alineados sobre el borde del precipicio y fusilados.
Los cuerpos cayeron al valle, perdidos en los fangales y la nieve.
Aquella matanza prolongada fue descubierta sólo después de la Liberación.
Sólo 53 victimas fueron identificadas.
Los monumentos a los caídos -incluidos los caídos de la Resistencia- fracasan en su intento de conmover y comunicar algo de verdad a los que han llegado más tarde (una vecindad, una continuidad de las luchas, una
pertenencia a la comunidad de quien ha luchado y lucha). Demasiado a menudo son excesivamente ampulosos y retóricos, sobre-codificados, cerrados, monológicos. Con un monumento no se dialoga. A un monumento no se lo "interroga". Además, los monumentos exudan burocracia, de algún modo exhiben el proceso de selección (a menudo infectado de nepotismo) gracias al cual ese artista en particular ha podido realizar tal cosa.
En honor a la verdad, cabe que el tiempo y los cambios de contexto social intervengan para "abrir" un monumento, para hacerlo inesperadamente "dialógico".
Es probable que durante la Guerra Fría el Memorial soviético del Treptower Park, en el antiguo Berlín oriental, fuese un lugar alienante y opresivo: un kilómetro cuadrado de redundancia guerrera y realismo socialista, bajorrelieves que ilustran el contraataque ruso y la toma de Berlín, la estatua colosal de un soldado que tiene un niño en la mano y con una espada acaba de destrozar la esvástica...
Al visitarlo una tarde de octubre de 2001, el memorial me pareció muy bello y conmovedor: aquel soldado de once metros parece haber utilizado la espada para romper las cadenas expresivas impuestas en su momento por el cliente (el régimen estalinista). Hoy el memorial ya no sirve para los segundos y terceros fines que estaban detrás de su realización, no tiene que imponer ni cimentar ningún consenso semiapático y puede por fin alcanzar su propósito original, es decir con-memorar ("recordar juntos") la lucha contra el nazi-fascismo, no sólo en Alemania sino en toda Europa.
Lo celebrado no es ya la ideología oficial de un estado autoritario, sino el proceso liberatorio de mitopoiesis desencadenado por la resistencia de Stalingrado y por la contraofensiva que la siguió.
Bien pensado, el Memorial logra también una objetivo secundario, completamente nuevo: ser una presencia incómoda y burlona en el centro de la Europa del capital, hoy malherida y en recesión pero hasta ayer fanática en la imposición de la fe neoliberal a los escépticos.
También en Sabbiuno hay un monumento, un monumento que nunca ha sido hermético ni monológico, que no tiene de verdad nada de retórico ni de burocrático y que, al contrario que el Memorial de Treptow ha sido siempre laico e incluyente, nunca cargado por la ideología. Un pequeño milagro.
En la posguerra, para con-memorar al centenar de combatientes antifascistas, sobre el borde del precipicio se colocaron bloques de pequeñas y medianas dimensiones, cada uno con la inscripción del nombre de un partisano. Casi una obra de "land art", pequeña y armoniosa, tan perfectamente inserta en el entorno que parece natural.
Con el tiempo, algunos nombres han ido desgastándose, y entre los bloques han crecido plantas, matorrales; desde 1974, alrededor del monumento hay un pequeño parque, nada más que una franja de hierba a lo largo del borde del precipicio, de unos diez metros de ancho y poco más de cien de largo. En la entrada hay una lápida muy sobria, y presionando un botón en una caja blanca se puede escuchar una voz que cuenta toda la historia. Al fondo del parque, en el punto más amplio de la cima, hay una escultura/instalación más reciente, que "desentona" con el resto pero que por suerte está bastante apartada (metralletas alineadas sobre un pequeño muro de cemento).
Esos bloques hablan, los interrogas y te dan mil respuestas. Sobre esa grieta, como también en Treptow aunque de un modo completamente distinto, te sientes parte de una comunidad abierta en lucha, una comunidad que desafía el paso del tiempo y supera incluso la degeneración de los valores que empujan a la lucha.
Lo dicho sobre los monumentos vale también para las ceremonias, para los rituales. No se puede prescindir de los rituales como no se puede prescindir de los mitos, porqué ambos dan forma a la vida, pero hay que hacer un esfuerzo para que los rituales y los mitos no se vacíen ni se autonomicen.
"Recordar juntos" no es necesariamente un acto empobrecedor, alienado y esclerotizado (esclerotización de la que es un magnífico exponente el presidente Ciampi). La con-memoración puede ser también testimonio civil desde abajo, acción propositiva en el espacio público, manifestación de un "exceso" simbólico que sorprende continuamente los poderes constituidos.
Una iconoclastia banal, inútil y sin fundamento lleva a los herderos fracasados de ciertas vanguardias estéticas y/o políticas a demonizar la idea misma de "ceremonia", para después actuar de acuerdo con unos ritos miserables y degenerados (véase la micro-manifestación de los "duros" el pasado 20 de julio en Génova).
A éstos ya les ha respondido bastante acertadamente Joseph Campbell, isigne estudioso de la mitología; en una conferencia de 1964 sobre la "importancia de los ritos", Campbell decía:
"Toda la vida es estructura. En la biosfera, cuanto más elaborada es la estructura, más elaborada resulta la forma de vida. La estructura de una estrella marina es considerablemente más compleja que la estructura de una ameba, y la complejidad aumenta a lo largo de toda la cadena evolutiva, hasta llegar al chimpancé. Lo mismo sucede en la esfera cultural humana: la tosca convicción de que la energía pueda ser representada o interpretada abandonando o rompiendo toda estructura es refutada por todo lo que sabemos de la evolución y de la historia de la vida".
En Bolonia, todos los años el 11 de marzo se recuerda a Francesco Lorusso, asesinado por los carabineros en 1977. A Francesco lo mataron en la fase descendente del gran ciclo de luchas iniciado en el 68. Es cierto que los temas del 77 anunciaban nuevas subjetividades, nuevos comportamientos, nuevas prácticas de comunicación, a pesar de lo cual se trataba de una fase terminal, después llegarían la represión y la cárcel, más tarde la caída en la marginalidad, la heroína, el reflujo, la Reaganomics, el craxismo, la desertificación social y para algunos la resistencia desesperadísima en los nichos de las ciudades.
Durante los años ochenta y noventa, a pesar de la generosidad y los esfuerzos subjetivos de quien los organizaba, todos los "11 de marzo" se han desarrollado bajo un cielo color hematoma.
El primer aniversario de la muerte de Carlo Giuliani se ha desarrollado bajo un cielo distinto, en todos los sentidos. Estpy completamente convencido: Carlo ha sido asesinado al inicio de un ciclo. Esto se respiraba en Génova a pleno pulmón. En Piazza Alimonda se ha desarrollado otro pequeño milagro laico, una conmemoración simple pero emocionante, poco lastrada por la ideología, conmovida pero no desconsolada, furiosa pero no cegada por el odio.
Mientras miraba elevarse y alejarse aquellos globos, mientras participaba en un aplauso que ha durado media hora, he pensado en Sabbiuno. Me he dado cuenta de que estaba viviendo la misma experiencia de quienes, después de la liberación, se reencontraron sobre aquel cerro para asistir a la colocación de los bloques. Recuerdo haberle dicho a Luca: - Qué bello...
Como en Treptow menos de un año antes, he pensado en mi abuelo, en el trabajo realizado para los últimos dos libros, en Vitaliano... Después me han venido a la mente tantos nombres, nombres de muertos y de vivos,
víctimas del "gatillo fácil": Soriano Ceccanti, Giannino Zibecchi, Anna Maria Mantini, Mara Cagol, Francesco, Giorgiana Masi...
Los globos eran ya menores que un grano de arena y el aplauso continuaba, nadie quería parar.
Después alguien ha roto el hechizo, lanzando uno de los eslóganes al uso, de esos que se dan por supuestos, que hacen apergaminarse el aire: "Carlo esta vivo y lucha con nosotros, etc.", y luego "Hasta la victoria siempre" y un tercero que no recuerdo. Algunos los han repetido, pero el aplauso ha vuelto a insinuarse, ha recomenzado y ha durado todavía algunos minutos más.
Me ha venido a la mente la escultura de las metralletas de Sabbiuno: superflua, sobrecodificada, justo como los eslóganes... Eso no quita que sea para interrogar a los bloques para lo que seguimos subiendo a aquel
barranco. Y si volvimos a Génova era para participar en un pequeño milagro.
En la enorme serpiente que era la manifestación. dicho sea sin ánimo de ofender, era fácil distinguir a los que habían estado en piazza Alimonda de los que venían de otras plazas temáticas: nosotros caminábamos a medio metro de altura.
Me dicen que algunos sedicentes "duros y puros", hinchado en su propio deseo de derrota, se ha indignado viendo una manifestación alegre: "¿Qué es lo que festejamos? ¡Esto es una vergüenza!"
En Sabbiuno, éstos no verían sino áridas piedras. En Treptow, verían sólo el fantasma de Stalin. En Vallegrande, en Bolivia, verían sólo agujeros en la tierra.
Las multitudes, a su lado, saben interrogar al mundo, y son todavía capaces de asombrarse de las respuestas.
No (c) 2002 - Traducción de Hugo Romero