Lengua de madera
Continuo mi reflexión (auto)crítica sobre terminar creyéndose la propia retórica y sobre los "tics" lingüísticos que terminan convirtiéndose en conceptos. Tengo que precisar que en los apuntes que siguen no hablo de cosas "abstractas": el lenguaje es producción, es poder, es red de relaciones, es estar-en-el-mundo.
- "Desobediencia civil"
- "Imperio"
- "Desobediencia social"
- "Desobediencia" tout court.
- "Multitud"
Mientras la palabra "Desobediencia" estaba asociada a "civil" remitía a la idea de ciudadanía (la Desobediencia del cives), a un trayecto de sobra conocido, indicaba el momento preciso en el que se decide cruzar el límite de la legalidad e ir más allá, en nuestra interpretación particular se le daba a todo un giro biopolítico, se vinculaba con la noción de "Imperio".
"Desobediencia social" nace como escamoteo para recomponerse inmediatamente después de Génova, fue como colocar un mojón, señalar una discontinuidad incluso si no se tenía la menor idea de en qué consistía.
Encuentro discutible el que esta expresión perdure, su gradual sustitución por la palabra "Desobediencia" sin adjetivos y su consolidación como nombre de un sujeto político todavía del todo virtual ("área de desobedientes").
Todo esto ha sucedido paralelamente al deterioro de la expresión "Imperio", utilizada (equivocadamente) por todos como sinónimo de "imperialismo", como metáfora del estado-nación USA, como metonimia para "Occidente" y quién sabe qué más.
Lo que de bueno tenía la expresión es sepultado bajo una montaña de gilipolleces. Tal vez ni siquiera es utilizable como mito o metáfora que contraponer a la de la "multitud que desobedece". Por lo menos no en el sentido zapatistoide al que nos hemos acostumbrado.
Tanto más cuanto que no hay dicotomía entre imperio y multitud. La segunda forma parte de la primera. El imperio también somos nosotros. El imperio es también la herencia de siglos de extensión del derecho de ciudadanía.
Desde el punto de vista retórico, la "Desobediencia" permanece privada de una eficaz polaridad negativa.
Se desobedece al padre-patrón o al estado-patrón. Es una expresión que nos devuelve a la vieja sociedad disciplinaria, que se ha convertido en otra cosa, algo más sutil e integrado: la sociedad de control, una retícula tupida de clasificaciones, controles, autocensuras, criterios de aceptabilidad, máquinas que ven. Es una sociedad basada sobre todo en la biopolítica, y por lo tanto en la prevención y la gestión a distancia de los cuerpos, dimensión que engloba y metaboliza la represión. El dominio es más solapado, melifluo, a menudo extra-legal o translegal (las nuevas mafias son su expresión más avanzada).
También aquí, el concepto de "Desobediencia" vuelve a pelear contra su propia sombra.
Pero entonces, ¿quién es el que desobedece?
Respuesta: la "multitud".
También aquí, la palabra está ya gastada, ha sido estirada por todas partes para alcanzar cualquier tipo de consenso, de agregación, de comunidad y -¡ay!- de masa (que en teoría sería su opuesto). Personalmente, no consigo pronunciarla sin echarme a reír.
También porque la multitud, la real, no está hecha de miles de personas que la convocan a cada paso, sino de millones de personas a las que estamos llegando sólo ocasionalmente, como el 10 de noviembre [marcha contra la guerra en Afghanistan N.d.T.].
En resumen, la multitud no es desde luego la del "laboratorio Carlini", que era de todo menos un laboratorio, ya que entre las urgencias, los aguaceros, la superpoblación, la represión y por último el deseo de escapar no se elaboró nada.
En francés existe la expresión "langue du bois", lengua de madera. Es el lenguaje oficial del estalinismo del PCF (pero también del PCI), con sus conceptos cada vez más vacíos, hechos de llamadas rituales a un "socialismo" sin contornos y a un "pueblo trabajador" del que ya no se sabía la fisonomía. Un lenguaje que producía continuamente anatemas y extravagantes epítetos difamatorios ("oportunista", "aventurista", "extremista", "desviacionista", etc.)
También la vieja autonomía tenía su "langue du bois", hecha de "subjetividades antagonistas", "recomposiciones del proletariado metropolitano", "subsunciones reales" y reiteraciones obsesivas de eslóganes e imágenes.
En los últimos diez años hemos arrojado a las llamas aquel lenguaje que nos alejaba la experiencia.
Sería absurdo sustituirlo con otro no menos alienante.
WM1, 28 de Noviembre 2001