"¡ARDE NOVOSIBIRSK!"


Wu Ming 5




'Así escribo del paraíso,/ Fumo por la scena,/ Quiero llevarlos a todos/ Derechos al sueño.'
Jack Kerouac, Mexico City Blues, 196ª estrofa

'La mayor parte de los secretos es conocida, pero no ha sido revelada'.
Abd al-Qadir al-Jilani, Sirr al-Asrar.


El pasado es un bidón de aluminio. Metal elegido en la estética de la nación en guerra contra el monstruo de Frankenstein, esta vez ataviado con libro sagrado y turbante. Un bidón que se oxida al sol, en el reverso del presente -el presente de la crónica es un local de comida rápida llenos de camioneros en camiseta con la bandera de los EE.UU. El peso del contenido -hechos, eventos, objetos, historias, trayectorias- parece hacer estable el contenedor. Basta una patada bien dada, en realidad, para volcarlo todo sobre el asfalto del ser. ¿Qué diferencia habría entonces entre los objetos del pasado y los del futuro? Nunca he estado del todo seguro de que la flecha del tiempo siguiera una dirección unívoca. En nuestro concepto de tiempo hay mucho de convencional, demasiado de numérico.

Lleno hasta arriba de cosas, el bidón. Algunas me son queridas (imagina, hypocrite lecteur, una expresión de joven literato italiano de mierda mientras habla de issues de vital importancia como la calidad de la lana que usaba la abuela para hacer los jerseys). Cosas como: guitarras Vox, chelsea boots, hippies en Sunset Strip, 1966; pedales fuzz y minifaldas de acrílico; vespas cromadas abandonadas al óxido en uno de los mares menos salobres del mundo, junto a Brighton; divinidades hindúes, Shiva y Devi, Ganesh y Hanuman, chaquetas a rayas, chaquetas de ante afganas; lámparas mathmos, The Standells: Dirty Water, los Byrds: Turn, Turn, Turn; Ginsberg, Remo Remotti y Kerouac, y latas y botellas infinitas de cerveza, plantas mágicas, plantas psicotrópicas, sustancias benignas y malignas, un poster de Mohammed Ali; Malcolm X, Eldridge Cleaver, Huey P. Newton, Angela Davis, My Favorite Things y Attica Blues, y luego los Count Five: Psychotic Reaction, los Seeds: You're Pushin' Too Hard, y Barry Mc Guire: Eve of Destruction... joder, sólo nos faltaban G. V Doble Bush y el otro gilipollas y volver a traer un pedazo de todo aquello a la actualidad. Tell me over and over again, my friend, ¿es esto el inicio de la cadena causal que nos llevará a la enfrentamiento final? Jimmy no sabe si tirarse o no por el balcón.  Purple Hearts, Drynamil y otras sustancias sagradas apuestan por el sí. Los mods, al piano de abajo, bailan con su estilo controlado, paranoico, oscuramente alusivo; es estoicismo de su ropa lo determina con claridad: nosotros de un lado, vosotros del otro, y declara arrogantemente que el mundo paralelo al que nos hemos entregado no acepta compromisos; los Kingsmen salen del baúl, y Louie Louie promete sexo rápido, justo ése del que todos andamos necesitados. Sexo extremo. Sexo sin implicaciones. Sexo puro, verdadero, crudo. El LSD debería haber sucedido a los panes ácimos. La cualidad de la sustancia cambia la cualidad de la liturgia, hermanos. Os lo aseguro.

Ya no se celebran misas beat.

El pasado, objetos, cosas, ideas, recuerdos, dentro de un bidón de aluminio cósmico. En el interior del bidón la basura empieza a apestar en seguida. Surgen efluvios de milenios de historia específica, karma de violencia alucinante, exterminio industrial de vacas, economías poderosísimas que convergen, se ahusan, brotan a chorros (streamline mortal) contra el vértice del mundo de las mercancías, aquélla que las garantiza a todas: la Bomba. El olvido, es decir, directamente, la historia. Capitalismo integrado y memoria son mutuamente incompatibles. Existen bolsas de memoria, cierto. Bolsas de resistencia. Y un presente eterno, el horizonte absoluto de las mercancías, parodia del eterno presente, del nunc stans de los místicos de todos los tiempos y latitudes. La ciencia y el mito, el Big Bang y la apocatástasis. Tal vez el bidón de aluminio, enorme, contenga el pasado de toda la especie. Prehistoria e historia. Y ningún futuro. Me acuerdo de que se hablaba de una dimensión del tiempo, cómo se llamaba... el porvenir, el futuro.

Una patada vuelca el bidón. Los monstruos, los íncubos y los objetos del pasado están libres. Will There Be Any Riot Going On?

Demasiado fácil comenzar por el principio del fin. Que podríamos retrotraer a cualquier fecha alrededor de 1977... cabalísticamente tal vez el 11 de marzo de aquel año, el día en que las fuerzas del futuro imperio de lo peor mataron a Francesco el Ruso, llenando de agujeros no sólo el cuerpo de un sensible joven rebelde, sino también el muro de Via Mascarella, en Bolonia. Para memoria del futuro...

Futurible. Que es susceptible (o ¿pasible?) de ver la luz de lo real en un futuro más o menos próximo.

Dejo con gusto a los críticos la definición y la génesis de la categoría, el modo en que se ha hecho eficaz y operativa en la literatura de los dos últimos siglos, la fecundación cruzada entre el mundo de las mercancías, el progreso tecnológico y la visión literaria proyectada en el más allá por venir. La categoría ha sido fecunda. Se han imaginado mundos con mayor o menor coherencia. Los mundos imaginados han retroactuado de manera más o menos eficaz sobre el presente. Se han vendido mercancías gracias a la llamada constante a una estética que hacía del Futuro el dominio de lo deseable. Llega después la moda retro. Vintage, desde el vestuario a los medios de transporte, los instrumentos musicales y muchas otras cosas. En resumen, las mercancías se adecuaban a la idea de futuro que había existido en un pasado más o menos reciente. Realidades complejas. Fragmentos de realidad falsamente/forzadamente commessi. Objetos que evocaban el futuro olvidados en el desván, entre fotos viejas y vestidos colgados. Los bidones de aluminio empiezan a apestar.

Y es que la categoría misma de futurible, entre los escombros todavía humeantes de la Zona Cero, aparece como intrínsecamente problemática. Tiende a confundirse cada vez más con la categoría de apocalíptico, o mejor aún, con la categoría de escatológico. Apocalíptico, en sentido estricto, según su etimología: desvelamiento que, para el que sabe leer los signos de los tiempos, sucede cada día y da la medida de la dificultad, tal vez incluso de la imposibilidad de pensar un futuro que no conduzca a la catástrofe final.

Esta preocupación centrada en el fin de los tiempos (y, desde el siglo XIX en adelante, en la relación eventual que pueda tener con la otra categoría clave, la de progreso) recorre la cultura occidental al menos desde Juan de Patmos. Es sólo aparentemente extraño el hecho de que los imaginarios de tipo religioso den razón del clima de estos últimos días del Imperio mejor que los análisis o que las previsiones estrictamente científicas.  Sicut erat in principio... De repente la retórica rastafari suena más rica y actual que páginas y páginas de docta ensayística. La percepción de que Babilonia caerá bajo el peso de la injusticia y del dolor de los que se alimenta, y que caerá con estruendo, con un estallido, con muchas lágrimas y rechinar de dientes atraviesa el cuerpo social del occidente industrializado, es patrimonio ya no de visionarios, de catastrofistas, de autores de ciencia-ficción o de rastamen. Se convierte en el fondo de cada gesto cotidiano, en el sottaciuto de cada información mediática, el fondo mudo y monstruoso de los discursos que atraviesan el presente, por fútiles o 'importantes' que sean. No es casual que la ciencia-ficción más destacada de las últimas décadas se haya preocupado tan a menudo de catástrofes y de post-catástrofes. No es casual que uno de los más grandes autores del siglo, Philip K. Dick, haya sido atravesado de manera continua, obsesiva, por una tensión escatológica que interroga al presente, a través del espejo deformante de los futuros hipotéticos, sobre los últimos días de la humanidad. No es casual que la singularidad que escribe esto, portavoz del colectivo conocido como Wu Ming, escriba principalmente ciencia-ficción. Escribe con conocimiento de causa; conocimiento en el sentido que le daría al término un chamán que regresara del mundo de los espíritus. Futilidad y Visión. Es la obsesión por los particulares, que otros consideran superfluos lo que define estéticamente un estilo; es la capacidad de ver mundos posibles lo que define la pertenencia a uno u otro campo político. Ética y estética colindan. El futuro es la punta afilada del pensamiento frente al mar de la no-conciencia: un modo para tratar de trazar nuevos mapas, y fiables, para sustituir el hic sunt leones con...




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