Zapatismo o barbarie
Wu Ming
Julio 2003. Texto escrito, en su versi�n original en italiano, para Carta, n� 28, http://www.carta.org. Traducci�n de Iniciativa Socialista, igualmente de libre distribuci�n en las mismas condiciones.
Ya han pasado casi diez a�os desde aquel famoso 1 de enero de 1994 [fecha del comienzo de la sublevaci�n ind�gena en Chiapas], y parece superfluo rese�ar los m�ritos hist�ricos de los zapatistas, a quienes se reconoce de forma muy generalizada haber sido los primeros que, sobre el escenario mundial, han devuelto la voz a quienes sufren la globalizaci�n capitalista sobre su propia piel. Lo hicieron en plenos a�os 90 del siglo pasado, cuando Occidente a�n se atiborraba de teor�a y teolog�a neoliberista, y caminaba uniformemente hacia la mayor recesi�n econ�mica de la historia contempor�nea.
Tambi�n es innegable que, por primera vez desde hace muchos a�os, el EZLN hab�a sabido poner en marcha una estrategia comunicativa eficaz, adecuada a los tiempos, demostrando as� que aunque no se posea grandes medios de comunicaci�n de masas tambi�n se puede desafiar al adversario en este terreno, de una manera nueva, eficaz. Durante los �ltimos a�os, mucho se ha escrito y dicho sobre la genial guerrilla sem�ntica y semi�tica conducida por el EZLN, o sobre el "estilo" de la insurgencia zapatista.
No obstante, hoy podemos decir que la recepci�n dada a este patrimonio de intuiciones y experimentos, en buena parte asumido por el movimiento post-Seattle, no ha bastado para desentra�ar realmente el nudo central y espec�fico propio del zapatismo, con el cambio de paradigma pol�tico -antropol�gico, podr�a decirse- que representa.
Si bien la ferocidad de la globalizaci�n capitalista permanece, m�s que nunca, en el orden del d�a, por otra parte nos encontramos con que la toma en consideraci�n de las formas y modos "zapatistas" de la pol�tica parece haber quedado en un segundo plano, pese a que durante los �ltimos tres a�os hemos asistido a la m�s evidente materializaci�n concreta de estas intuiciones: hemos visto movilizarse sin tregua a la sociedad civil mundial, ese eficaz espectro ret�rico, pero hecho de sangre y carne; hemos visto a millones de personas movi�ndose sin banderas, al margen de los aparatos, retomando en sus manos, con una �ptica nueva, la propia vida y el propio destino colectivo, o al menos intentar hacerlo, conscientemente o no. En suma, hemos visto c�mo se expresaba una posible pol�tica "desde abajo".
El motor de este movimiento no han sido los viejos partidos, sino miles de asociaciones, comit�s, grupos, organizaciones, "perros" sin dogal, conectados en una red planetaria y capaces de dialogar entre s� pese a proceder de espacios pol�ticos muy diversos. El motor ha sido su trabajo cotidiano y certero, que ha mantenido activas las energ�as y las mentes, y que ha producido sentido y conflicto en todos los rincones del planeta, m�s all� incluso de las grandes movilizaciones en las calles.
No se nos ocurre nada que pueda ser m�s "zapatista" que todo esto.
Y, sin embargo, la cesura entre el pasado y el presente sigue siendo un problema sin resolver, un problema que asume una importancia crucial precisamente cuando nos encontramos saliendo de este fogoso periodo.
No debe olvidarse que el zapatismo ha cortado amarras definitivamente con el Novecento [siglo XX], constituyendo una ruptura que hace �poca respecto al imaginario de las izquierdas hist�ricas occidentales. Ante todo, barri� muchas las dicotom�as t�picas de la tradici�n pol�tica novecentista: reformismo / revoluci�n, vanguardia / movimiento, intelectuales / clase, toma del poder / �xodo, violencia / no violencia, etc. Y tambi�n ha derribado la teor�a marxiana del derrumbe, de la crisis y de la necesidad de su aceleraci�n por parte de los movimientos antagonistas, pues se ha tomado conciencia de que ahora este sistema de producci�n y dominio vive y se alimenta de su crisis permanente. La crisis no establece de por s� una posibilidad de liberaci�n, aunque s� el escenario estructural dentro del que moverse para construir, aut�nomamente, hip�tesis parciales de conflicto, de autogobierno y de alternativa posible. Desde este punto de vista, el zapatismo ha descartado cualquier visi�n teleol�gica y prometeica de la historia, abandonando tanto el evolucionismo de la Ilustraci�n como el mecanicismo positivista.
La cuesti�n del poder, precisamente, o, para ser m�s exactos, la cuesti�n del no-poder, ha hecho del zapatismo algo "her�tico" a ojos de las izquierdas hist�ricas, radicales o socialdem�cratas. Se trata del paso de la figura del "revolucionario" (o su versi�n d�bil, soft, el "reformista"), que quiere tomar el poder para cambiar el mundo, a la figura del rebelde, que, por el contrario, quiere poner en discusi�n el poder y corroer sus fundamentos, para dar vida a formas de participaci�n paralelas, alternativas y auto-organizadas de la sociedad civil.
La pr�ctica zapatista no pretende formular un nuevo mundo, sino que experimenta y hace alusi�n a la construcci�n de muchos mundos posibles. Por tanto, m�s que como una teor�a o una ideolog�a, el zapatismo se presenta como un m�todo abierto, un h�bito mental, infinitamente readaptable.
Este salto paradigm�tico respecto al pasado y, sobre todo, el salto "al otro lado del oc�ano" no ha sido f�cil y sigue encontrando tenaces resistencias. No se trata, obviamente, de negar la diferencia entre contextos culturales y geopol�ticos muy distantes, sino m�s bien de reconocer la reincidencia mental que ha frenado el uso compartido de de este m�todo. M�s all� de las consignas ampliamente difundidas y de las f�rmulas que han inundado la ret�rica del movimiento, estamos pagando el precio de esa distancia y de las reticencias a dar ese salto.
Tras un trienio como el que dejamos a nuestras espaldas, podemos decir que la pol�tica es todav�a fuerte, aunque no lo sean las estructuras que la practicaron y que nacieron de ella. Si tales estructuras se encuentran debilitadas y vac�as, en ellas est� presente, sin embargo, una compulsi�n hacia la repetici�n de las viejas l�gicas. En todas las conexiones de la izquierda italiana y europea, tanto si son institucionales como si est�n relacionadas con el movimiento, permanece, transversalmente, un imprinting "leninista" (absit iniuria, es decir, dicho sin �nimo de injuria) todav�a muy visible, aunque se decline seg�n los contextos y las necesidades.
Los problemas ligados a la hegemon�a, al control sobre peque�as o grandes �reas pol�ticas, la obsesi�n por la identidad, el tacticismo, el desarrollo de excrecencias formadas por clases pol�ticas "profesionalizadas", siguen siendo patrimonio de las estructuras que han atravesado el movimiento, y no s�lo de aquellas que se han limitado a seguir al movimiento.
No resulta dif�cil darse cuenta de la distancia entre el movimiento real -fluctuante, complejo, articulado, horizontal, inmiscuido en las cosas- y las estructuras pre-existentes, hoy en lucha entre ellas para disputarse los frutos pol�ticos. No se trata de proponer una lectura maniquea y populista de las circunstancias, sino de comparar las din�micas producidas desde abajo en estos a�os con los encuentros y desencuentros marcados por la vieja idea de la pol�tica que siguen compartiendo estructuras y partidos.
Seg�n este paradigma los movimientos ser�an fen�menos "excepcionales", sobre los que cabalgar o en los que sumergirse para emerger de nuevo m�s reforzados que cambiados; o bien epifen�menos incontrolables, de los que hay que desconfiar y a los que hay que contener y hacer volver al lecho del profesionalismo electoralista. Ambas actitudes son hijas de la matriz tercerointernacionalista, matriz que produjo una parte buena de los errores y los horrores del siglo XX, y ambas comparten la idea de que tarde o temprano tiene que terminar la estaci�n de las "giras de ciudad en ciudad" y que ser� inevitable una fase de "repliegue", o incluso directamente de reflujo, en la que recontar las propias fuerzas, hacer las cuentas, redefinir las alianzas entre aparatos, a la luz de todo aquello que los movimientos han producido. Tras la apertura, el cierre. Todo comienza otra vez como al principio.
E in�til es subrayar que mientras se hace todo esto, ser�n bendecidos el m�todo y el m�rito del cuestionamiento zapatista.
Que existen momentos de sedimentaci�n de las energ�as movilizadas en las grandes luchas es un dato hist�rico, y tal vez hasta psicol�gico, ineludible, lo que hace tanto m�s extraordinario un periodo de tres a�os como el que acabamos de vivir. El zapatismo, sin embargo, no puso sobre el tapete la ingenua idea de una movilizaci�n permanente, sino las de una constante y prolongada participaci�n, un acceso ilimitado a la pol�tica, una abolici�n de los derechos de autor sobre la pol�tica como dominio separado de la vida civil cotidiana y llevado a cabo por los capataces encargados de hacerlo. Por eso, el zapatismo ha dado tanta importancia al municipalismo, a las comunidades locales auto-organizadas (y autodefendidas, cuando se intenta aplastarlas por la fuerza, como en Chiapas), a la experimentaci�n de formas nuevas de participaci�n pol�tica sobre los territorios. Por eso, el zapatismo rechaz� convertirse en una fuerza parlamentaria y rechaz� tambi�n aceptar el compromiso, no ya con las instituciones o con el poder en abstracto, sino con sus deterioradas manifestaciones inmanentes, mediaciones con la vieja idea de la pol�tica. Y si alguna vez ha habido una brizna de idealismo en el zapatismo, reside completamente en esto. Y no es poco.
Esta misma idea ha sido puesta en pr�ctica en el Norte del mundo, a partir de Seattle, y entra necesariamente en conflicto con la concepci�n "hegemonista" y "num�rica" que distingue a la vieja pol�tica. Ser�a est�pido fingir que esta contradicci�n no est� ante nuestros ojos.
Quien hoy vuelve a razonar seg�n los par�metros de antes, est� forzando las cosas de una manera que conduce a que la energ�a liberada en estas a�os sea comprimida. Y est� claro que esto se puede hacer con las mejorers intenciones, simplemente por incapacidad para cambiar, por inadecuaci�n a la historia, por la esclerotizaci�n del cerebro. Y el tr�nsito entre la conservaci�n y la reacci�n puede ser breve.
Nos damos cuenta de ello, por ejemplo, cuando tras la victoria del centro-izquierda en las elecciones administrativas italianas [regionales, provinciales y municipales], muy pocos de los vencedores se han mostrado dispuestos a reconocer que el m�rito de esos resultados corresponde a un cambio general en la atm�sfera social, producto de un movimiento que durante tres a�os se ha opuesto en plazas y calles a la pol�tica berlusconiana, mientras El Olivo se empe�aba en mirar su propio ombligo.
Nos damos cuenta de ello cuando las candidaturas a los grandes ayuntamientos son decididas en torno a las mesas de las secretar�as de los partidos.
Y, por otra parte, tambi�n nos damos cuenta de ello cuando determinadas �reas del movimento recuperan del cuarto de los trastos viejos l�gicas vanguardistas y solipsistas que, como dice el propio subcomandante Marcos, no llevan a ninguna parte.
O cuando se nos convoca a grandes referendos, �tiles para marcar posici�n pero pol�ticamente in�tiles, desde el momento que entramos en la cabina electoral sabiendo ya que vamos a perder.
Nos damos cuenta de ello cuando nos encontramos una y otra vez ante las mismas figuras gesticulantes de "machos guerreros" al frente de las din�micas p�blicas y pol�ticas; mientas que, por el contrario, el �nico militante zapatista que entr� en el Parlamento mexicano fue la Comandante Esther, portadora de uno de los documentos (ver http://www.inisoc.org/zapester.htm) m�s bellos producidos por el EZLN, centrado en la condici�n ind�gena y femenina.
Nos damos cuenta de ello, m�s en general, cuando nos invade la sensaci�n de haber sido de nuevo reducidos a "electores", despu�s de haber sido, durante un periodo que no fue breve, "ciudadanos".
Estamos en medio de un vado cuya importancia hist�rica apenas logramos intuir, pero que se respira en el aire.
Hoy, la opci�n zapatista, en su sentido m�s amplio y m�s abierto a diversas declinaciones, es, m�s que nunca, una cuesti�n central, quiz� vital, para todos nosotros. O sabremos mantenerla viva, traducida a un nuevo tiempo y a nuevas ocasiones, distantes de cualquier inercia derrotista, o el riesgo involutivo se convertir� en una amenaza concreta. O bien la inteligencia colectiva que impuls� el movimiento sabr� inventar el modo de mantener la cohesi�n y la cooperaci�n de las energ�as positivas que liber�, manteniendo activa su capacidad de generar proyectos y poner en marcha experimentos concretos, o bien ser� dif�cil lograr la puesta en valor del elemento de novedad pol�tica que ha emergido durante los �ltimos a�os. El camino del reflujo y del retorno a los huertos y patios privados est� siempre abierto.
A nosotros nos toca demostrar que estamos a la altura de este momento de transici�n y de este desaf�o.Wu Ming, 1 de Julio de 2003