El triángulo negro / Ningún pueblo es ilegal [La chispa surgió en un grupo de escritores e intelectuales, harto de observar la tendencia racista que cruza toda Italia, por desgracia agravada con la violenta muerte de Giovanna Reggiani. De este hartazgo, la necesidad de compartir una toma de posición firme. Así nació "El triángulo negro", llamamiento elaborado por Alessandro Bertante, Gianni Biondillo, Girolamo De Michele, Valerio Evangelisti, Giuseppe Genna, Helena Janeczek, Loredana Lipperini, Monica Mazzitelli, Marco Philopat, Marco Rovelli, Stefania Scateni, Antonio Scurati, Beppe Sebaste, Lello Voce y el colectivo Wu Ming al completo. A este grupo pronto se agregaron otros importantes nombres de la cultura que decidieron adherir al mismo. Entre ellos Gad Lerner, Erri De Luca, Bernardo Bertolucci, Massimo Carlotto, Carlo Lucarelli, Moni Ovadia, Nanni Balestrini, Franca Rame, Stefano Tassinari, Marcello Flores, Andrea Bajani, Lisa Ginzburg, Lanfranco Caminiti, Ugo Riccarelli, Enrico Brizzi, Marco Mancassola, Simona Vinci, Raul Montanari, Giulio Mozzi, Andrea Porporati, Sandro Veronesi y muchos otros que se añaden a cada minuto, para ratificar que los delitos individuales no justifican los castigos colectivos. Aquí, la posibilidad de adherir al llamamiento. A continuación, el texto.] La historia reciente de este país es una seguidilla de campañas de alarma, cada vez más cercanas entre sí y envueltas en el escándalo. Las campanas tocan a rebato, las palabras de los demagogos generan incendios, una nación con los nervios a flor de piel responde a cada estímulo creando "emergencias" y señalando chivos expiatorios. Una mujer ha sido violada y asesinada en Roma. El homicida seguramente es un hombre, tal vez un rumano. Rumana es la mujer que, tendiéndose en la calle para detener un autobús que no frenaba, ha intentado salvar aquella vida. El horrendo crimen sacude toda Italia, el gesto de altruismo queda en el olvido. El día anterior, siempre en Roma, una mujer rumana fue violada y dejada casi sin vida por un hombre.¿Dos víctimas con igual dignidad? No: de la segunda no se sabe nada, nada publican los diarios; de la primera se tiene que saber que es italiana, y que el asesino no es un hombre, sino un rumano o un rom. Tres días después, siempre en Roma, miembros encapuchados de una banda fascista atacan con porras y navajas a unos rumanos a la salida de un supermercado, hiriendo a cuatro. No hubo periodistas junto al lecho de esos heridos, que quedan sin nombre, sin historia, sin humanidad. Sobre su estado, nada más se dice. A partir de estos sucesos se desencadena una alucinante criminalización masiva. Culpable uno, culpables todos. Las fuerzas del orden desalojan el poblado chabolista en el que vivía el presunto asesino. Doscientas personas, mujeres y niños incluidos, fueron echados a la calle. ¿Y luego? Odio y recelo alimentan las generalizaciones: todos los rumanos son rom, todos los rom son ladrones y asesinos, todos los ladrones y los asesinos tienen que ser expulsados de Italia. Políticos viejos y nuevos, de derechas y de izquierdas, compiten para ver quien grita más fuerte, denunciando la emergencia. Emergencia que, de acuerdo a los datos del Rapporto sulla criminalità (1993-2006), no existe: homicidios y delitos están, hoy, en las cifras más bajas de los últimos veinte años, mientras que están en fuerte aumento los delitos cometidos entre paredes domésticas o por razones pasionales. El informe Eures-Ansa 2005, L'omicidio volontario in Italia y el informe Istat 2007 dicen que un homicidio sobre cuatro ocurre en el hogar; siete sobre diez la víctima es una mujer; más de un tercio de las mujeres entre los 16 y 70 años ha padecido violencia física o sexual en el curso de su vida, y el responsable de la agresión física o violación es, siete veces sobre diez, su marido o compañero: la familia mata más que la mafia, las calles a menudo presentan menor riesgo de violación que los dormitorios. En el verano de 2006, cuando Hina, joven de veinte años paquistaní, fue degollada por su padre y sus parientes, políticos y medios de comunicación se embarcaron en un paralelo entre culturas. Afirmaban que la occidental, y la italiana en particular, había evolucionado felizmente con relación a los derechos de las mujeres. Falso: la violencia contra las mujeres no es un legado atroz en otras culturas, sino que crece y florece en la nuestra, cada día, en la construcción y en la multiplicación de un modelo femenino que privilegia el aspecto físico y la disponibilidad sexual haciéndolos pasar como una conquista. Por el contrario, como testimonia el reciente informe World Economic Forum on Gender Gap, respecto a la igualdad femenina en el trabajo, en la salud, en las expectativas de vida y en la influencia política, Italia está en el puesto 84. Última en la Unión Europea. Rumania está en el puesto 47. Si estos son los hechos, ¿qué es lo que está pasando? Pasa que es más fácil agitar un fantasma colectivo (hoy los rumanos, ayer los musulmanes, un poco antes los albaneses) en vez de comprometerse por las verdaderas causas del pánico y de la inseguridad social causados por los procesos de globalización. Pasa que es más fácil, y paga antes y mejor a nivel de consenso incondicional, gritar “al lobo” y pedir expulsiones, en vez de cumplir las directrices europeas (como la 43/2000) sobre el derecho a la asistencia sanitaria, al trabajo y a la vivienda de los migrantes; que es más fácil mandar excavadoras para privar a seres humanos de sus míseras casas, en vez de ir a los lugares de trabajo para combatir el empleo ilegal. Pasa que debajo de la alfombra de la ecuación rumanos-delincuencia se esconde el polvo de la feroz explotación del pueblo rumano. Explotación en obras, donde cada día un obrero rumano es víctima de un accidente laboral mortal. Explotación en las calles, donde treinta mil mujeres rumanas obligadas a prostituirse - la mitad menores de edad - son cedidas por el crimen organizado a italianísimos clientes (cada año nueve millones de hombres italianos compran sexo de esclavas extranjeras, forma de violencia sexual que está ante los ojos de todos pero pocos quieren ver). Explotación en Rumania, donde empresarios italianos - tras haber "deslocalizado" y generado desempleo en Italia - pagan sueldos de hambre a los trabajadores. Pasa que demasiados ministros, alcaldes y juglares convertidos en caudillos juegan a ser aprendices de brujo para obtener sus quince minutos de popularidad. No se preguntan qué pasará mañana, cuando los odios que quedan en el terreno seguirán fermentando, envenenando las raíces de nuestra convivencia y despertando ese microfascismo que está dentro de nosotros y nos hace desear el poder y admirar a los poderosos. Un microfascismo que se expresa con palabras y gestos rencorosos, mientras ya se siente, no muy lejano, el taconeo de botas militares y la voz de las armas de fuego. Pasa que se está llevando a cabo la construcción del enemigo absoluto, como con judíos y gitanos bajo el nazi-fascismo, como con los armenios en Turquía en 1915, como con serbios, croatas y bosnios, recíprocamente, en la ex-Yugoslavia de los años noventa, en nombre de una política que promete seguridad a cambio de renunciar a los principios de libertad, dignidad y civilización; que hace indistinguibles responsabilidad individual y colectiva, efectos y causas, males y remedios; que invoca hombres fuertes en el gobierno y pide a los ciudadanos que sean súbditos obedientes. Sólo falta que alguien recupere del desván de la intolerancia el triángulo negro de los asociales, marca de infamia que los nazis hacían coser a las ropas de los gitanos. Y no parece ser más que la última etapa, por ahora, de una extendida guerra contra los pobres. Frente a todo esto no podemos permanecer indiferentes. No nos reconocemos en el silencio, la renuncia al derecho de crítica, el abandono de la inteligencia y de la razón. Delitos individuales no justifican castigos colectivos. Ser rumano o rom no es una forma de "complicidad". No existen las razas, y mucho menos razas culpables o inocentes. Ningún pueblo es ilegal. * La palabra “rom” es la forma más extendida en Italia para designar a un miembro de la comunidad gitana. En la traducción al castellano se mantuvo esta denominación cuando era necesario indicar el equívoco que puede producirse con miembros de la nacionalidad rumana. [Nadie Enparticular] 15 Novembre 2007 |